En consideración a mi muy estimado Dionisio Sánchez y a su artículo de ayuda a "Noches de BV80" en el Heraldo de Aragón, que abajo se publica, hoy voy a soltar otra pildorita que, como él era el Jefe, habla de Grifos, del transgresor grupo de teatro El Grifo. Por supuesto, muy "descafeinada" para lo que ese grupo merece, pero es que lo bueno habrá que leerlo en negro sobre blanco, y no en amarillo sobre negro, como ahora es el caso.
Miércoles, 25 de febrero de 1981
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Han vuelto a representar el numerito de la pistola, pero llevando la parodia hasta el esperpento. Ha sido una guasa. Cuando en la oscuridad se han oído disparos, la gente ya no temblaba, el único ruido era el de alguna risita impaciente por ver al guardia pegar tiros, esperando sentir el pánico que les han contado se vivió anoche. Pero al salir, ¡vaya cachondeo! (aunque nadie imaginaba el que después les tocaría sufrir). A la vez que disparaba su pistola, gritaba: “¡Todo el mundo quieto!… ¡Las manos a los cubatas!… ¡Que no se pire nadie sin pagar!…”. Hoy el público tampoco estaba preparado para tal sorpresa. No sabían si reír o llorar. Han decidido reírse y, al ser conscientes de que el golpe es agua pasada, con ganas.
El que avisa no es traidor. Metidos en la representación de Los Sitios de Zaragoza, muchos no se acordaban o no han tenido en cuenta la advertencia de Félix Zapatero y han dejado sus vasos sueltos encima de las mesas. Al comenzar el tiroteo de corchos “trazadores”, los aragoneses han demostrado mejor puntería (quizá porque los franceses estaban muy pegados a las mesas protegiéndose), desde el escenario se han cargado media docena de vasos casi llenos, sin pensar que, por la trayectoria del corcho, el líquido desalojado iba a caer directamente sobre las piernas de sus admiradores. Mientras la mayoría del respetable se escojonaba de risa, a los bañados no les ha hecho ninguna gracia y se han encarado con el Jefe; lo querían hostiar, sin saber con quién se enfrentaban.
Dionisio es impenetrable. En todos estos días no he visto a nadie capaz de destruir sus defensas, y no será por no intentarlo, se lo merecía. A pie de barra, con un vaso en la mano, parece una serpiente de cascabel, capaz de hipnotizar a cualquiera con sus “melodías de confusión”, pero en el escenario es el mismo dios retratado en el antiguo testamento: terrible y vengador, al arengar (sin perder nunca esa sonrisa de judío leví que sabe que le están comprando gato por liebre) con pláticas desconcertantes, a los que convierte en sus huestes (su público), para hacer sentirse avergonzado al que no ha sido capaz de reírle las gracias.
Mientras José Luis (el camarero más curtido en broncas) recogía los líquidos y barría cristales del suelo, yo me apresuraba bandeja en mano a reponer la bebida y ofrecer disculpas de la dirección, en persona. Al final han acabado adorándolo públicamente, no les quedaba otro remedio. Ahora están con él en la barra, ya totalmente hechizados y, por fin, pagándole unos cubatas.
Oigo un ruido de asustar. No sé qué ocurre en la escalera. Los músicos suben instrumentos para empezar a tocar. Al acercarme, Mariano se duele de un pie; le ha caído un amplificador encima.
—¿Qué pasa?
—¡Joder, tío! Que estos gachos han roto un trozo de peldaño y casi me mato.
Mayayo confiesa: Le ha quitado el puesto de efectos especiales a
—¡Joder, entre los corchos y las explosiones me vais a destrozar el local!
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Por cierto, la presentación del libro será el día 12 de Mayo a las 19:00h en el Centro de Historia de Zaragoza.