Relato publicado en la revista de Patafísica "El Perro Blanco" en homenaje a uno de los protagonistas de "Noches de BV80": Antonio Fernández Molina
"¡DICHOSA TRAPERÍA!" de Valtueña
Ayer traje a vender dos cajas de cascos. Tengo la misma distancia al contenedor municipal de cristal, que a la trapería del barrio.
Ayer me enteré de la muerte de mi amigo Antonio*. No me pude despedir y me desesperé.
Ayer… no sabía qué podía hacer por él, y prometí empezar a pensar.
Hoy regreso a la trapería, a reclamarle inspiración. Como él.
En cruzar el umbral, salgo a una atmósfera agobiante. Pasillos entre ropas y harapos semiprensados en fardos que anudan lizas, entre periódicos mezclados con envoltorios de papel y periódicas que atan alambres, entre botellas que colorean aire atiborrando cajas translúcidas. Paredes que se apilan hasta el techo, y rozan mis hombros.
Penetro al corralón a respirar aire libre. Han desalojado varios pisos antiguos para llenarlo.
Tras buscar por aquí y por allá, y rebuscar por allá y por aquí, me sorprendo con hallazgos que no tienen ningún valor: cerámicas a punto de romperse, vestimentas pre-compañíanacionaldeteléfonos, una colección de reyes, retratados sobre las caras de un puñado de monedas dentro de un sobre, al abrir el cajón de aquella cómoda descuajeringada, o ese montón de revistas republicanas, en esta silla de anea, destartalada.
Dos cajas de zapatos abiertas han ido a parar aquí, y descansan en ellas repletas de postales, por las que sobresalen, de cuando Maricastaño. ¡Imposible! ¡No son las de Antonio!
Saco la de una pareja de enamorados cursis, rodeada de cintas entrelazadas de colores chillones, y flores coloreadas con romanticismos. La miro al trasluz. ¡¿Se mueven?! Y me sorprende, tanto como al ver borrarse el primer bikini.
Alucinado, con las yemas de mis dedos, la sacudo abanicando el aire. Y los tórtolos pían sin desnudarse, se arrancan la ropa del uno al otro, frenéticos, locos. Insano romanticismo. Se despojan de su enfermedad, y hacen jirones, de lustros sonriéndose bobalicones.
La incertidumbre al creer ver lo que veo, me invita a batirla con celeridad, y se desbocan. Gatos que desatan el celo de una pasión atada durante años. Se revuelcan por el jardín regado, se arañan, se muerden por todos lados, y la perra, cuatro miles de festivos oculta en el vestido de comulgar, de festejar…, en ese gesto de enamorada, le ofrece su culo.
Se abren mis dedos como mi boca, y la postal cae al suelo. Saco otra. Una familia feliz. Por el canotier con patas de mostacho, las ostentosas agujas con filigrana de oro naciendo de un moño, estos trajecitos de marinero, y los lazones rosas y azules, proclama pintada de la virginidad, cuasidecimonónica. La sacudo y la bato, me aseguro. Esta orgía avergonzaría a Calígula.
Freno y se ralentizan. Tras un meneo, la mantengo estática. Una palmadita en la espalda, se desenfrenan. Ya no es preciso ventilarla, sólo, darles ánimos de vez en cuando.
Ilustración (incluida en la revista): Marisa Lanca
¡¿Qué invento del diablo, oh mío, es éste?! Antonio lo sabía. Para que mis ojos aspiraran sus postales, siendo tradición no meter la yema en la foto, rogaba cogerlas por los cantos. Bien me conocía.
¿Y si alguien batiera una suya? ¿Y si una de mi padre…? Mis yemas las contaminan del elixir de los huevos.
Él ¿qué vería? Le preguntaré a Josefa**… y, si no sabe, le contaré para que lo disfrute.
O ¡¿acaso es mi locura?!
Obsesivo, hago mover a las cajas de zapatos. Y, enarbolado, una a una enarbolo revistas enarboladas; y, una a una, acaban en tierra igual que muertos. Sólo era una alucinación. Me tranquiliza.
¡Hostia, ésta! Es la última. En sus páginas se animan las grandes aberraciones de la historia. ¿Cuál es el truco? Tendré que empezar de nuevo. O mejor, iniciaré a otro que aparente mente limpia, y compararé, para poner nombre a mi descubrimiento.
[*Antonio Fernández Molina. **Josefa Echeverría]
Valtueña, junio de 2009