Columna DÍA A DÍA
Juan Luis Saldaña
No concienciado
CONCIENCIAR y sensibilizar. Siempre aparece alguien con ese objetivo.
Nos sobra concienciación y nos falta conciencia. Nos sobra sensibilización y nos falta sensibilidad.
La sensibilización y la concienciación terminan siendo una forma de propaganda vendida con buenas palabras. Las dos buscan un cambio de hábitos en la sociedad y la imposición paulatina de una costumbre. Son, a fin de cuentas, campañas de información encubiertas. Algunas están llenas de inocencia y otras rebosan intención.
La sensibilidad y la conciencia ayudan a dirigir la propia conducta hacia un fin elegido libremente. La sensibilización y la concienciación te llevan al ritmo de la moda porque son términos relativos y manejables.
Sirvan como ejemplo los últimos coletazos antitabaco.
La sensibilidad ayudaba a no fumar cuando se molestaba. La sensibilización, en cambio, impone no fumar en determinados ámbitos.
La buena conciencia, acompañada del sentido común, sugiere preguntar a los demás si les molesta el tabaco. La concienciación prohíbe y, además, en este caso, invita a delatar con una frialdad asombrosa.
Otra vez, la guerra de las palabras, el arma del lenguaje.
Mientras tanto, yo ya he decidido que nunca estaré concienciado ni sensibilizado y que huiré de concienciadores y de sensibilizadores como de la peste, por si acaso.
Empiezo a sentirme extraño en una sociedad autómata capaz de dar bandazos en sus hábitos y costumbres a golpe de ley. Me da miedo escuchar en conversaciones argumentos que planeó un legislador más o menos iluminado y que calan en el rebaño de borregos como dogmas irrebatibles.
Esta columna no pretende hablar de tabaco, pero a mí, que soy algo deportista y poco amigo de ataduras físicas, me están entrando unas ganas enormes de empezar a fumar.
Nos sobra concienciación y nos falta conciencia. Nos sobra sensibilización y nos falta sensibilidad.
La sensibilización y la concienciación terminan siendo una forma de propaganda vendida con buenas palabras. Las dos buscan un cambio de hábitos en la sociedad y la imposición paulatina de una costumbre. Son, a fin de cuentas, campañas de información encubiertas. Algunas están llenas de inocencia y otras rebosan intención.
La sensibilidad y la conciencia ayudan a dirigir la propia conducta hacia un fin elegido libremente. La sensibilización y la concienciación te llevan al ritmo de la moda porque son términos relativos y manejables.
Sirvan como ejemplo los últimos coletazos antitabaco.
La sensibilidad ayudaba a no fumar cuando se molestaba. La sensibilización, en cambio, impone no fumar en determinados ámbitos.
La buena conciencia, acompañada del sentido común, sugiere preguntar a los demás si les molesta el tabaco. La concienciación prohíbe y, además, en este caso, invita a delatar con una frialdad asombrosa.
Otra vez, la guerra de las palabras, el arma del lenguaje.
Mientras tanto, yo ya he decidido que nunca estaré concienciado ni sensibilizado y que huiré de concienciadores y de sensibilizadores como de la peste, por si acaso.
Empiezo a sentirme extraño en una sociedad autómata capaz de dar bandazos en sus hábitos y costumbres a golpe de ley. Me da miedo escuchar en conversaciones argumentos que planeó un legislador más o menos iluminado y que calan en el rebaño de borregos como dogmas irrebatibles.
Esta columna no pretende hablar de tabaco, pero a mí, que soy algo deportista y poco amigo de ataduras físicas, me están entrando unas ganas enormes de empezar a fumar.
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